La
semana pasada al salir de clases, mientras caminaba junto con otros tres
amigos, dos tipos jóvenes se nos acercaron con armas y nos asaltaron. En los
días que han seguido a este evento, aunque no he querido hablar mucho del tema,
no he podido dejar de pensar en eso.
Si
ya sé que los asaltos ocurren todos los días, que la violencia está por todos
lados, que ese evento solo es un aporte más a las estadísticas y que al hacer
la denuncia en la comisaría, mi perdida solo se describe como un robo de
celular más.
Pero,
¿saben qué? Ese día perdí más que un celular, no me di cuenta, de haberlo
sabido se lo hubiera dicho a la policía, porque la verdad, de todo lo que perdí
esa día, el celular es lo último en mi lista de lo que quiero recuperar.
Mis
amigos dicen que soy muy confiada, distraída o poco precavida, ahora sé a que
se refieren y lo sé porque desde ese día no he dejado de fijarme en cada
persona que pasa a mi lado, cada carro que frena, un semáforo rojo, cualquier
situación que antes me era indiferente ahora me pone en alerta. Yo solía ver a
las personas con optimismo, ahora veo en cada desconocido un posible peligro.
Ese
día perdí mi confianza en las buenas intenciones y en la bondad de las
personas, ese día perdí la seguridad de caminar tranquila por la calle, ese día
perdí el gusto por platicar en esa calle, esa calle donde por horas pasé tiempo
con amigos hablando de cosas importantes, construyendo amistades, esa calle que
ahora hace que mis manos suden y mi corazón se agite. Si tan solo pudiera
agregar esto a mi denuncia, esto que perdí y que es lo que realmente quiero de
vuelta.
Pero
mis pensamientos acerca de ese día no terminan ahí, si, ese día perdí algo
invaluable, pero ese día ellos, esos tipos, también me dejaron algo.
Ese
día pude ver la fe, la gracia y el amor puesta en acción, es irónico, porque
por un momento la rabia no me permitió ver que esos dos tipos, esos dos
jóvenes, son parte de ese grupo demográfico al que estoy convencida Dios me
llamo a servir.
Dejen
que los ponga en contexto, ese día, caminaba junto con tres amigos más,
salíamos del ‘instituto’, el lugar que desde hace dos años está inquietándome
cada vez más, para acercar a los jóvenes a Dios para que Él pueda cumplir su
propósito en ellos.
Las
evidencias no pueden ser más claras, los jóvenes están en crisis, estos jóvenes
que ese día me inyectaron miedo, viven con miedo, esos jóvenes que ese día me
quitaron la confianza en los desconocidos (que sé que voy a recuperar), viven
inseguros, esos jóvenes que ese día me quitaron el celular, me dejaron una
profunda herida, no por la pérdida de algo material, sino por ser testigo de la
perdida de sus propias vidas, de sus vacíos, de su desesperanza.
Finalmente,
ese día, también fui testigo de cómo Dios obra en nuestros corazones y nos hace
amar a aquellos que pueden lastimarnos y no lo digo por mi reacción sino por la
honesta e inmediata oración de uno de mis amigos, por su pronta reacción de querer hablar de Dios a estos jóvenes y ser
luz en medio de su oscuridad, porque los 4 sabemos, que más que nuestras cosas,
lo que estos jóvenes necesitaban era una vida nueva, y desde el fondo de mi
corazón, espero que la encuentren.
"El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para
que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia". – Juan
10:10-
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